Cuidados de la lavanda

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La lavanda es una de las plantas aromáticas por referencia para que tengamos en nuestro hogar. Los tratamientos con lavanda no son demasiado complicados, no solo nos brindan el placer de disfrutar de la belleza natural de esta planta, sino que también nos brindan su mayor ventaja: su aroma único e irresistible. Es un aroma natural y veraniego que es una fuente de medicina natural.

La lavanda es un arbusto silvestre, es una planta no requerirá mucho mantenimiento  para que pueda florecer en los meses de verano. Incluso, hay saber que la planta es capaz de desarrollarse en zonas rocosas y a pleno sol, por lo que esto nos da una buena pista de sus pocas necesidades.

La lavanda de cualquier variedad (hay más de 60 especies) es una planta perenne, por lo que sus hojas no se renuevan cada año. La planta es capaz de alcanzar una altura de un metro y medio y es un arbusto con características leñosas. Esto hace que la lavanda sea ideal para formar hermosos cierres y bordes (que serán aún más notables con sus flores únicas).

¿Cuáles son los cuidados de la lavanda?

Sustrato

La lavanda no solo necesita sustrato alcalino (un pH alto), sino que también es fundamental para su correcto crecimiento. Si nuestro suelo es ácido, tendremos que compensar esta acidez con sustratos específicos (que debemos usar regularmente), o incluso aumentar el pH añadiendo cal.

Además de tener este sustrato para que crezcan las plantas, es importante que la lavanda tenga un buen drenaje. Para ello, lo ideal es aportar tierra arenosa (esto favorece el drenaje y evita cualquier rastro de humedad). Esto es especialmente importante porque las raíces de lavanda no toleran el encharcamiento en ninguna estación del año, pero especialmente en invierno (demasiada agua en las raíces puede congelarlas y matar la planta).

Emplazamiento

No existe un emplazamiento concreto, sino un lugar donde se puedan dar las condiciones necesarias para su supervivencia. Nos referimos a que la lavanda se puede cultivar y disfrutar con éxito, tanto en maceta (algo que tenemos que elegir con cuidado: debe tener entre 30 y 40 cm de diámetro) como directamente en el suelo. Es importante que la planta tenga una buena aireación, o lo mismo es que cuando la cultivamos, no solo evitemos acercarnos mucho a otras plantas, sino que también predigamos el tamaño que puede alcanzar cuando empiece a crecer (con vistas a cualquier otra planta) mantener una distancia). Por eso, suele desarrollarse de forma normal sin obstaculizar el crecimiento del resto de plantas.

Además, es importante que las plantas reciban al menos seis horas de luz solar directa cada día. Si la estamos plantando en el suelo, una buena razón para evitarla es que esté cerca de árboles que puedan privarla de luz.

Riego

Dadas sus propiedades rústicas, la lavanda en la naturaleza puede incluso resistir el tiempo sin agua. Sin embargo, hay que prestar especial atención a su patrón de riego, especialmente durante los meses de crecimiento, cuando tendremos que regarla moderadamente. Es importante que la reguemos y evitemos siempre mojar sus ramas y flores, ya que de hacerlo se corre el riesgo de que se multipliquen los hongos en la planta.

Durante los meses más gélidos, espaciaremos los riegos, concentrándolos durante el día, para evitar que sus raíces sigan reteniendo agua al caer la noche. Durante los meses de calor, lo ideal es regar regularmente una vez por semana, una vez seco el sustrato (si aún retiene humedad, esperaremos un poco más antes de regar).

Abono

Como excelente arbusto autóctono, no requiere suelos de alta calidad, y un exceso de fertilización hará que su floración pierda su fuerte aroma característico. No obstante, si el suelo en el que se cultiva es muy pobre, o para aquellas lavanda plantada en maceta, se recomienda aplicar un abono mínimamente diluido antes de la época de floración.

Poda

Sabemos que fertilizar nuestra planta no es imprescindible, por lo que la poda es fundamental. Esto es algo que no debemos confundir con recoger flores (si está destinada con fines incluso medicinales o decorativos). Cuando empieza la primavera o llega el otoño (siempre antes o después de la época de floración), lo mejor es hacer una pequeña poda que no supere la mitad del tamaño de la planta. Gracias a ella estimularemos el crecimiento de nuevas ramas y también el crecimiento de sus flores.

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